QUISIERA SER POETA: Vista previa "El Cementerio de San Cristóbal"
De mi querido San Francisco de
Macorís hacia Santo Domingo
A final del año 1990 me
fui a residir a la capital, pues estaba un poco compungido, en primer
lugar por la separación entre mi esposa y yo, y por otro lado la desaceleración
económica de la época, que padecía el país, me hizo vender un negocio de madera
para encofrado que poseía desde hacía dos años, y emplear el dinero producto de
la venta, en otros negocios, que por la misma situación imperante en esa época,
tampoco marcharon muy bien. Al principio fue una decisión difícil de tomar, ya
que atrás dejaba mi barrio, mi familia, todas mis amistades y también algunos
romances que me había regalado la soltería que estaba disfrutando en ese
momento; aunque por la situación monetaria se habían reducido enormemente los
puestos de trabajos en el país, hice unos cuantos viajes a la capital para
asegurarme un empleo antes de trasladarme definitivamente a esa metrópoli.
Recuerdo que en la avenid Máximo Gómez a esquina John F. Kennedy se estaba construyendo
un edificio que alojaría la sede principal del Banco Popular Dominicano, fue
allí donde conseguí que se me empleara como carpintero; luego de esa obra seguí
trabajando en varias más; fue en ese ambiente que hice nuevas amistades, entre
ellas unos muchachos que vivían en una comunidad llamada El naranjal, ubicada
entre Santo Domingo y San Cristóbal, específicamente a unos 15 minutos de la
primera. Mis amigos que allí residían eran tres en total: Ramón, de baja estatura como los demás, piel morena y de unos 23
años de edad; Francis, que era el
más joven de los tres, 19 años, y el más delgado, con una piel no tan oscura y Pedrito, el mayor de los tres con unos 26
años de edad y a la vez el más baja estatura; el color de su piel era en
término promedio entre en su dos compañeros, no tan claro como Francis ni tan oscuro como Ramón. Nos habíamos conocidos en un
edificio que se estaba construyendo en la avenida Manuel de Jesús Troncoso del
barrio Evaristo Morales en la capital de República Dominicana; aunque éramos
muchos los que trabajábamos en el edificio, fue con estos muchachos que hice
mejor amistad y en los ratos libres antes o después del almuerzo, me sentaba a
conversar con ellos sobre diferentes aspectos de la vida; lo que para mí fue
muy reconfortante dada la situación, a veces deprimente, que en silencio
padecía al verme de repente andando de construcción en construcción y pasando a
veces malos ratos con individuo que no sabían el sacrificio que significaba
para mí estar allí como un simple carpintero, siendo la única opción para subsistir
que en ese momento yo tenía, cuando algunos meses atrás era yo quien mandaba en
las obras que ejecuté en mí pueblo, como maestro de carpintería y propietario
de un equipo de madera, lo que ocultaba muchas veces para no causar lastima.
De visita en El Naranjal
Fue tal la amistad que desarrollamos que luego de que la
obra terminó y dejamos de trabajar juntos que en una ocasión fui a visitarlos,
atendiendo una invitación que anteriormente me habían hecho mis amigos y que yo
había aceptado pero no le puse fecha: era domingo y la temperatura en la
capital dominicana estaba como en 32 grados Celsius; pensé que como ellos
vivían en una zona rural, pues me haría bien ir a respirar un poco de aire puro
cerca o debajo de un buen árbol.
-Aquí es amigo, mire por esa entrada-,
me dijo el chofer de un carro de los que viajan desde la capital a San
Cristóbal, luego de recibir de mí las explicaciones y descripciones del lugar y
de las personas que buscaba. Ya era como la una de la tarde, crucé la carretera y en un colmado que había
en la entrada, pregunté por los muchachos tal como ellos me lo habían dicho
días antes cuando aún trabajábamos en la construcción del edificio. Las
personas que se encontraban en el negocio me miraron y sin palabras me dijeron
que yo era un extraño en el lugar, después de un silencio sepulcral pero
efímero continuaron su mediática faena dominguera, típica de la República
Dominicana: unos estaban tomando ron y otros amedrentaban el calor con unas
cuantas cervezas, sólo una señora se refrescaba con una Coca Cola, y que pidió
perdón cuando se les escapó un eructo. -mire después de esa mata de mango, la
tercera casa, ahí vive Ramón, me dijo el señor que atendía el colmado,
quien tuvo que salir de su estrecho espacio de trabajo para explicarme y
señalar con su dedo índice derecho, –gracias, le respondí y continué la
marcha hacia el sitio señalado; aquella entrada era muy ancha para ser un
callejón y muy estrecha para ser una calle; era la única vía para acceder a una
pequeña comunidad que a pesar de estar enclavada en una zona rural sus casas
tenían un estilo parecido al de las casas que se construyen en los barrios de
modernas ciudades: fachadas con diseños a la vanguardia de la época, muchas de
ellas con techos de concreto, otras con blocks hasta la altura de las ventanas.
Entre piedras y tierra me encontraba caminando por esa entrada cuando de pronto
a unos 150 metros de distancia alcancé a ver un pequeño grupo de muchachos,
entre ellos estaban Ramón y Francis, que al verlo y por los gestos
que hacían era notorio que tenían una charla muy amena, además, por la ropa que
vestían y las edades de aquellos potenciales parroquianos se podía asegurar que
la conversación giraba en torno a lugares de diversión; es normal en
comunidades como estas que muchachos de esa edades salgan los fines de semanas
a algún lugar a darse unos tragos, después de una ardua semana de trabajo.
Encuentro con mis amigos
– ¡Dime Manuel!–
exclamó Ramón al verme, mientras
caminaba a mi encuentro, acompañado de Francis,
se pusieron muy contento de verme, lo noté en el apretón de manos que me dieron
seguido de un abrazos con su respectivas palmadas en la espalda. –ven
para que conozca estos amigos.
-Julio
mira él es un compañero de trabajo de la capital.
–mucho gusto,
Manuel
-yo soy Julio y vivo ahí a su orden
-gracias
-él es Juan y el Rafael;
Uno a uno Ramón
me presentó a todos sus amigos y nos quedamos ahí en esa tertulia alrededor de
45 minutos, hablamos de todo un poco, incluyendo del trabajo, aquel edificio de
diez pisos donde tantos machucones habíamos dejado; lo que más risa atrajo fue
la historia del haitiano que trabajaba como guarda-almacén, (persona
responsables del almacén donde se guardan los materiales y las herramientas),
que se convirtió en mi enemigo porque le pregunté que si era normal en Haití
que las personas intercambiaran los nombres con los animales ya que en la
construcción él tenía un perro que se llamaba José mientras él tenía por nombre Cacuta. La risa fue a carcajada durante varios minutos, que se
interrumpió con la llegada de Pedrito,
quien fue directamente hacia mí, me saludó y les reclamó a los demás que porque
no lo llamaron cuando yo llegué.
-pero vamos hacer algo, -dijo mientras Ramón le respondió -te estábamos esperando para ir
para el puente –vámonos,
replicó Pedrito. El puente, es un
pequeño caserío en otra entrada a la
orilla de la carretera similar a esta donde viven ellos, pero allí es el lugar
preferido por ellos para bajarse unas cuantas frías ya que abundan los negocios
de bebidas alcohólicas; Francis comenzó
a despedirse del resto de los muchachos y así lo hicimos todos y nos dirigimos
a la carretera para abordar un carro y llegar más rápido al lugar.
En
la comunidad de El Puente
De repente nos encontrábamos caminando por una calle donde
sólo se respiraba alcohol mujeres y bachata, esta última es como se le llama a
la música que el habitante de la zona rural prefiere escuchar a la hora de
compartir con amigos o con mujeres para desahogar sus penas. Cabe destacar que
el género musical denominado bachata más adelante aceptado por la mayoría de
los dominicanos y ciudadanos de otros países, ya que para entonces los lugares
de diversión en las ciudades no la tocaban, a pesar de que tiene muchos años de
existencia: ha sido considerada música de hombre despechado o simplemente
amargado por una mujer, también, de guardias, (miembros del Ejército Dominicano), que sólo se tocaba en lugares
calificados de baja categoría llamado también de mala muerte. El simple hecho
de ver como se entregaban a la bebida aquellos parroquianos en aquel lugar;
como cantaban a coro las canciones que tocaban en los equipos musicales que
parecían hecho in-cito, era divertido, verlo como se fundían en sus propias
penas y se ocultaban de las deudas, las responsabilidades de su familia y cualquier otro problema que le podría
evitar disfrutar al máximo el momento que vivían frente a una botella de licor
y al lado (para ellos), de una buena hembra, ya que después de unos tragos de
alcohol todas son bonitas. Era casi imposible ver todo aquel espectáculo y no
querer convertirse en cómplice, así fuera por un momento, de aquel paraíso que
nos convertía automáticamente en Adán, además que, las mujeres que allí se
encontraban y a juzgar por la forma en que estaban vestidas, querían parecerse
más a Eva que a Sofía Loren, y para completar el Edén el alcohol se paseaba por
las mesas como una serpiente encantadora y capaz de convencer a los
parroquianos de cometer múltiples diabluras; y quien sabe cuántos de los que
allí estaban se creían Dios en ese su mejor momento de la vida. Aquel escenario
era para en realidad confirmar o creer que aquello era un verdadero paraíso
aquí en la tierra.
No tardamos mucho en penetrar a uno de esos lugares, sentarnos
y ver como pasaban a nuestro lado varias chicas con botellas de ron y cerveza
en la mano, aquello parecía una pasarela, hasta que una se detuvo frente a
nosotros y preguntó: -le están atendiendo –no, le
respondimos a coro, mientras Pedrito
le dijo tráenos una cerveza grande,
a aquella muchacha de unos 22 años, piel morena, estatura media y un poco
pasadita de libra, que lucía en su
cuerpo un pantalón corto de rayas verticales de varios colores entre ellos se
destacaban el rojo y el blanco; era muy poco lo que se podía imaginar de su
anatomía ya que lo poco que traía puesto estaba tan ceñido a su cuerpo que se
le dibujaba tanto por detrás como su pronunciada parte delantera, de forma tal
que su ropa se confundía con la su piel; con la sonrisa coquetona, típica de
una sirvienta de cabaret. Con aquella mirada ansiosa la joven se retiró,
mientras se llevó un bolígrafo (esfero) a la cabeza dejándolo enganchado a su cabello
enmarañado y atado casi a la fuerza con una tira roja como haciendo juego con
la pintura de sus labios y de sus mejillas que también estaban tintado de color
rojo; el ombligo de aquella parroquiana era grande, tornaba un color cenizo y
parecía un guardián que cuidaba su parte íntima, que estaba unida al mismo, por
una cicatriz de cesárea color marrón carnoso; tan pronto como se marchó la primera
joven; llegó otra trigueña que se diferenciaba de esta por una faldita de tela
de Jean azul que a pena le cubría lo que
ella usaba para sentarse, la faldita estaba sostenida a su cuerpo sólo por el
zíper (cremallera), ya que el botón y el ojal estaban suelto, al parecer, la convexidad
de su barriga no le permitía unirlos; a pesar de la poca edad que lucía, sus
senos se veían cansado, flácido y solo, pues no tenían la compañía del brasier
o sostén, que por lo apretada de su blusa quizás este no cabía. Cuando llegó la
joven con la cerveza, la segunda “camarera” que se nos acercó fue hacia la mesa
de al lado donde acababan de llegar tres individuo y pude ver cuando uno de
ellos sacó de su cintura, sin la más mínima discreción, un puñal (cuchillo de
18 pulgadas de largo) con la punta como una aguja, de los que le llaman “mata
vaca”, y lo clavó de la parte de abajo
de la mesa que era de madera, tal si fuera su resguardo de la buena suerte;
aquella acción me provocó gran inquietud y para serle sincero, también me dio
miedo, pues quien hace semejante cosa no tienes buenas intenciones y a la hora
de un lío no importa quién le pase por su lado, siempre tendrá la intención de
tirarle, y más que nosotros, para salir en caso de que algo ocurriera teníamos
que pasar frente a esa mesa. Le pedí a uno de mis compañeros que me acompañara
a caminar un poco más hacia dentro del caserío para conocer otros lugares, me
acompañó Pedrito y llevándonos un
vaso de cerveza en la mano caminamos por la calle y créanme que era más
divertido disfrutar de la panorámica de lo que se observaba por la calle, que
entrar a uno de los tantos bares que habían. Allí se podía apreciar que después
de cada cinco o tres casas había un bar y que algunos parroquianos estaban en
el frente de sus casa en pantalón corto y sin camisa, sentado en una silla o en
una mecedora, allí hacían su propio bar donde las muchachas de los negocios les
llevaban las cervezas o la botella de ron, en su mayoría de la marca Brugal.
Algunas de las muchachas que daban el servicio a domicilio se les veía tomarse
el primer trago, mientras el susodicho aprovechaba para echarles un piropo o
llevar sus manos hasta la cintura de la joven y también hasta tocarles las
nalgas o las tetas, lo que para estas mujeres y por lo que pude ver, eso era
algo normal y jocoso –Pues a lo mejor era
una forma de llegar a obtener laguna propina- además, me llamó mucho la
atención que entre todo este espectáculo se veían niños y niñas de no más de
cuatro y cinco años, jugando en la calle, al frente de su casa o de un bar.
Como a seiscientos metros, de donde estábamos, calculé yo, encontramos
otro negocio que lucía menos alborotado que los demás y que me inspiraba más
confianza, por ende ahí me sentiría un poco mejor que en el primer lugar que
fuimos. Este estaba en una esquina, con puerta hacia las dos calles que la formaban,
además en este otro lugar, el volumen de la música no era tan alto y se podía
hablar con tranquilidad. Una vez dentro del lugar aproveché para llamar una
joven y sentarla en la mesa con nosotros para que nos hiciera el momento más
ameno. Pude notar que en esos lugares la mayoría de las empleadas eran jóvenes
con edades entre los diecinueve y veinticinco años, mas sin embargo, a pesar de
la poca edad, sus cuerpos lucían maltratados; con todas las que pude hablar
tenían dos y tres hijos, que siempre se lo cuidaba su madre o hermana y en
algunos casos una vecina. La que se sentó con nosotros en la mesa tenía un
lunar de tamaño mediano en el lado izquierdo de la cara, que se le destacaba
mucho a pesar de que su piel era color canela, y algo que me llamó la atención
es que era la única que había visto con el pelo bueno y totalmente negro; sus
ojos grande eran inquietos miraban de un lado a otro con una rapidez increíble
y cuando se detenían eran muy acusadores en la mirada. La joven era muy alegre,
le gustaba sonreír, y para suerte de nosotros no le gustaba mucho tomar (lo de
suerte es porque normalmente este tipo de mujer que trabaja en esto lugares
esta entrenada para tomar mucho y hacer que el cliente gaste suficiente dinero
por lo que en algunos casos ella recibe algo extra de parte del dueño por la
acción).
En realidad la estábamos pasando bien, la muchacha nos salió
bien chévere: conversadora, alegre y sobre todo a ella le gustaba estar
compartiendo con nosotros, si alguien más la solicitaba, sólo le servía y se
retiraba para venir con nosotros a la mesa y seguir conversando y haciendo
chistes picante que le encantaba escuchar y contar; lo disfrutaba tanto que algunos
parroquianos que estaban allí al verla a ella sonriendo con tanta ganas,
también se reían, aunque no sabían de qué, el simple hecho de vernos a nosotros
reír y a la joven que lo hacía a carcajada, mostrando toda su blanca dentadura
que a veces parecían quererse quitar de encima aquellos gruesos y carnosos
labios.
Una
historia de vida para contarla
En un momento aquella muchacha se sintió tan bien con
nosotros que comenzó a contarnos parte de su vida, la historia que cada mujer
que trabaja en estos lugares lleva dentro y no muy fácil la comparte y que en algunas ocasiones las inventan para
justificar su oficio, aunque en este casos por el rostro y la mirada, ya no de
acusadora, sino de víctima que mostraba esta joven cuando nos comenzó la
historia, yo le creí. Con radiante brillo en sus ojos nos contó como su primer
y único esposos en su vida, la maltrataba física y mentalmente tanto a ella
como a sus dos hijos, llegando incluso en varias ocasiones a prohibirle que
saliera a la calle para que la gente no le viera los golpes en todas partes del
cuerpo, ella sumisa le obedecía, llegando al colmo de que por no salir ni
siquiera a un colmado (tienda donde se venden productos comestibles), aguantaba
hambre ella y también sus hijos; uno era varón de dos años y una hembra de
cuatro. Ella para entonces tenía veintiuno, vivía en un pequeño barrio de Baní
(ciudad al sur de la República Dominicana y a unos sesenta y seis kilómetros de
la capital), donde casi todos los vecinos eran familia de su esposo, por lo que
no encontró mucho apoyo para sobrellevar o corregir la situación que estaba
padeciendo; también, su corta edad no le permitía tener experiencia para
enfrentar aquel verdugo; a todo esto se le sumaba sus dos vástago, lo que le
hacía difícil de encontrar quien le quisiera ayudar. Contaba que un día su
esposo llegó borracho como a las seis y treinta de la tarde y la cena no estaba
lista, ella cocinaba un arroz con sardina, el súper hombre se incomodó porque
llegó con hambre y la cena no estaba lista, fue a la pequeña cocinita, tomó el
caldero donde se cocinaba el arroz y lo tiró a una cañada que pasaba cerca de
la casa; mientras narraba aquel episodio no pudo contener sus lágrimas al
decirnos que lo que más le dolió fue que su niñita le dijo como a las once de
la noche que no podía dormir y que creía que se iba a morir porque
tenía mucha hambre; nos dijo que era
ella la que quería morirse en ese momento, que según ella, ha sido el dolor más
grande que ha sentido en su vida, que ni siquiera con el dolor de parto lo
comparaba. Para complicar aún más la situación aquella muchacha no tenía el
valor de buscar refugio en sus padres ya que, cuando ella y su esposo eran
novios, sus padres se opusieron porque notaron que él era diez años mayor que
ella, que para entonces tenía dieciséis, además notaron que a su novio le
gustaba mucho tomar ron; ella, en contra de la voluntad de sus padres siguió
con él, a tal punto que se marchó de su casa a vivir donde una amiga, para así
verse con su novio, dejando atrás sus estudios y su verdadera familia.
Viviendo en casa de su amiga quedó
embarazada y tuvo su primer bebe, una niña, cuando ella apenas cumplía diecisiete
años y sin saber lo que le esperaba tanto a ella como a su hija. Al ser dos los
que estaban albergados en aquella casa, la situación se tornó diferente y la
joven madre convenció a su novio que la llevara a vivir con él, por lo que él
consiguió una casita en un barrio de Baní, cerca de sus padres y otros
familiares suyos, uno de ellos dueño de la nueva morada para la joven madre;
luego de tener dos año allí y a pesar de que los maltratos ya habían comenzado,
ella trae al mundo otro vástago, esta vez un varón.
El tiempo transcurrió y aquella jovencita que no pudo
disfrutar ni mucho menos saber cuando fue su adolescencia, se encontraba
encerrada en un laberinto de maltratos y tormentos que no le dejaban respirar
en paz, hasta que un día su apoderado llegó más borracho que nunca y se
incomodó porque ella le dijo que el niño no tenía leche y que necesitaba el dinero
para comprarla por lo que le estrelló el plato en que se comía un arroz con
huevo frito, contra aquella infeliz mujer, causándoles una herida en la cabeza
y la sumisa mujer tuvo que ser llevada al hospital por unos vecinos, que se
habían mudado recientemente y que por suerte no eran familiares del agresor y
que al percatarse de lo que ocurría por el
escándalo que hicieron los niños al llorar, acudieron a ver en qué
podían ayudar y al ver la joven ensangrentada corrieron con ella para el
hospital. Una vez en el centro hospitalario una enfermera notó que la herida
que mostraba la paciente no coincidía muy bien con las versiones que daba sobre
los hechos y dedujo que la causa de esa herida no era de la forma en que la
joven madre había explicado a su llegada la centro, la enfermera, una mujer de
un carácter fuerte y autoritario pero que en el fondo era una persona bondadosa
y muy noble. Aprovechó un momento en que se encontraba a solas con la joven paciente
y la convenció para que le contara la verdad; la jovencita no se contuvo y
entre lágrimas le contó a la enfermera todo lo que estaba pasando con su
concubinato; la enfermera se las ingenió para que la joven se quedara internada
en el hospital y a los dos día siguiente se la llevó a vivir a su casa sin que
nadie se percatara; aprovechando que el compañero sentimental de la joven
trabajaba durante todo el día, fueron a la casa a buscar los niños y su ropa.
Ninguno de los vecino se dio cuenta de lo que había ocurrido, sólo vieron un
carro que entro y paró frente al callejón que daba a la entrada de la casita
donde vivía la joven hasta ese día, y a los pocos minutos salió, en la
tardecita llego el agresor y no encontró su mujer ni a sus dos hijos;
sorprendido corrió por todo el vecindario a indagar lo que había ocurrido con
su compañera y sus hijitos.
Nueva y efímera vida
El nuevo hogar de las dos pequeñas criaturas y su madre
resultó muy placentero para ellos ya que tenían espacio para jugar los tres en
una gran terraza al fondo del patio, cosa que en el anterior hogar no podían
hacer. Al mes de estar bajo la protección de aquella buena samaritana la joven
madre le dijo a su protectora que quería trabajar para darles a sus hijos por
lo menos lo necesario para vivir y también para dejar de ser una carga para ella
y su esposo, quien también le daba buen trato, tanto a ella como a sus dos
hijos; fue así que indagando con amistades y compañeros del hospital la
enfermera le consiguió trabajo en casa de una familia que había conocido cuando
fueron accidentados al hospital; esta paraje de esposo vivía en la ciudad de
San Cristóbal, a treinta minutos de donde se encontraba la casa de la enfermera
protectora, ella misma la llevó a la casa de quienes emplearían a la joven
madre, aceptando que trabajara y mantuviera a su lado a sus dos pequeños
vástago. Allí se encargaba de la limpieza de la casa y alguna comida sencilla
ya que la nueva empleada no tenía mucho conocimiento del arte culinario; esto
lo hacía esta paraje de esposos por el agradecimiento que tenía hacia la
enfermera que le dispensó muy buen trato cuando ellos fueron llevados al
hospital luego de sufrir un accidente que casi le cuesta la vida.
Todo iba muy bien pues aunque la muchacha no tenía mucha
experiencia en los quehaceres de una casa, tan lujosa como esta, estaba dando
lo mejor y aprendiendo con la señora que cada día le tomaba más aprecio y la
ayudaba enseñándoles como hacer las cosas en el hogar. Además, cuando salían de
compra siempre les llevaban algo a los niños y a la joven que en eso momento se
sentía bendecida por Dios y no se cansaba de darles gracias.
Un día la esposa salió para la capital a realizar unos
asuntos y el esposo se quedó en la casa, este aprovechó que los niños dormían y
la joven se encontraba preparando un café en la cocina y fue hasta allá y
comenzó a hacerles algunas pregunta con las cuales la joven madre se sintió un
poco incómoda, al tener que responder sobre cosas muy íntimas y muy
particulares que suceden entre un hombre y una mujer, de repente el señor todo
libidinoso y con unas ganas reprimida que llevaba desde hacía un tiempo cuando
esta muchacha llego a su casa, se le acercó justo cuando ella tenía una jarra
con café y se disponía a servirles un poco a su amo, este intentó besarla a la fuerza, por lo que
se armó un forcejeo entre ambos y al final el amo terminó con el café encima,
provocándole algunas quemaduras; fue así que esta desdichada mujer sintió que
el mundo, en otra mala jugada, de nuevo se le venía encima, sin esperar a que
llegara la señora de la casa tomó los ahorros que tenía producto de su sueldo y
se marchó con sus niños sin saber a dónde ir.
De
regreso a su hogar materno
La desesperación en que se encontraba la motivó a ir donde
sus padres de quienes tenía alrededor de cuatro años que no sabía nada. Se
dirigió al parque de la ciudad, abordó un autobús y se marchó rumbo al lugar
donde nació, una pequeña comunidad apartada de la ciudad, sin saber como la
recibirían ahora en compañía de dos angelitos, que prefería pensar que se lo
había regalado Dios y no aquel malvado que la convirtió en su esclava
sentimental. El bus tardó alrededor de una hora y media en el trayecto, entre
caminos malos y varios pasos al mismo río; al llegar se llevó la grata sorpresa
de que su madre al verla no contuvo el deseo de abrazarla y de derramar algunas
lágrimas, lo que ella hizo también al tiempo que le decía “perdóname mami”, pero,
su madre al ver aquella dos criaturas se desbordó en besos y abrazos, y en lo
que menos pensaba era en el pasado, ya que una madre siempre tiene perdón para
sus hijos.
La situación en la casa había cambiado porque que su padre
enfermó y murió hacía dos años y por estas razones la economía no andaba muy
bien en el hogar; Con dos criaturas que mantener y una madre viuda viviendo de
lo poco que sus otros dos hijos le podían dar, que no era mucho, la joven
comenzó a buscar trabajo pero como en la zona rural son muy escasos, esto la
motivó a que un día se marchara a la ciudad con una amiga, la misma que le
había dado albergue cuando ella abandonó su hogar, juntas fueron en busca de
encontrar que hacer para ganar algo de dinero y ayudar sus respectivas familias;
fue así como terminó en este lugar, que por suerte los dueños le tenían gran
aprecio y consideración. Ya sus lágrimas habían dejado dos largas huellas en su
triste mejilla, que borró con una servilleta mientras miraba de repente hacia
el horizonte y se quedó unos minutos en silencio; nosotros estábamos tan
conmovidos con aquella novela que nos acababan de narrar que queríamos decirles
algunas palabras que le sirvieran de aliento y volver a ver aquella sonrisa en
su boca, en eso llegaron nuestros demás compañero tan exaltados que por más que
les preguntábamos qué pasaba, tuvimos
que esperar un buen rato para que nos dijeran… que llegaron corriendo y muy
asustados porque en el lugar donde lo dejamos se había armado un pleito entre
los señores de la mesas de al lado donde estaban, con otros señores que acaban
de llegar y querían que la muchacha que estaba sirviendo se quedara con ellos
en la mesa, por lo que comenzó la discusión donde terminó uno de ellos
apuñaleado y se armó tremendo pleito entre botellazo y sillas rotas que volaban
como ave, ellos, Ramoncito y Francis, lograron salir ileso y llegar
hasta nosotros. Eran como las siete y treinta
de la noche, como yo vivía en la capital y noté que estaban un poco ebrios,
le pedí que nos marcháramos y así lo hicimos después de pagar la cuenta,
dejando una buena propina y despedirnos de la joven que tan gratamente nos
acompañó. Al despedirse de mí la joven me dio un abrazo y un beso que cayó muy
cerca de mi boca y me susurró al oído –vuelve pronto y búscame. Nos
retiramos del lugar. Pedrito dijo
que tomaríamos el camino por el cementerio, que se tomaba por una calle que
estaba a cincuenta metros del lugar de donde acabábamos de salir, para no pasar
por el lugar donde aún quedaban algunos alborotos del pleito.
Pesadilla
en el Cementerio
Tomamos el camino indicado y al entrar al cementerio algo
inesperado comenzó a ocurrir con Francis,
este comenzó a desviarse del camino que aunque era de noche se podía ver el
caminito que la gente había trazado de tanto pasar por allí, y caminó hacia
donde estaba una tumba, que al poco rato me enteré que era de su madre, que
había muerto hacía varios años; una vez en la tumba Francis comenzó a pronunciar palabras extrañas que yo nunca había
escuchado y que parecían de otro idioma, además, de que no lo hacía con su tono
de voz, su manera de hablar cambió totalmente, cuando hablaba lo hacía con voz
de mujer; en ese momento me encontraba muy asustado y aun más cuando aquella
voz dijo que no era Francis sino su
madre la que hablaba, la verdad que lo que estaba sintiendo en ese momento no
tengo palabras para describirlo, ver como aquel muchacho se había transformado
en un ser extraño y como su cuerpo rígido se lanzaba hacia arriba y abajo sobre
la tumba de su madre; en eso Ramoncito
dijo que lo dejaran tranquilo un rato que eso le daba cada vez que tomaba y se
acordaba de su madre, que según los muchachos, ella practicaba la hechicería y
de vez en cuando penetraba en el cuerpo de su hijo. Como en el sector hubo un
herido de arma blanca y le sucedieron otros pleitos más, allí se nos acercaron
el alcalde pedáneo (autoridad en zona rural) de esa comunidad junto a dos
policías, para ver lo que pasaba ya que algunos vecinos del cementerio les
comunicaron que habían escuchado algunos ruidos extraños, pero el alcalde al
percatarse que los muchachos del ruido denunciado eran Ramoncito, Pedrito y Francis, dijo: -esos muchachos no son de nada yo
lo conozco, y se marchó junto a los policía.
Luego de nosotros estar allí por más de una hora (supongo yo
dentro de mi susto), y sin que Francis
volviera a ser lo que era antes de su
transformación; la voz que habitaba dentro de él dijo que nos fuéramos pero
detrás de él (Francis) porque de lo contrario algo malo nos ocurriría, ya que
según decía, nos estaba persiguiendo un ser diabólico, por eso ella estaba allí
para proteger su hijo y a nosotros. Encontrarme en medio de un cementerio a esa
hora de la noche, caminando sin saber a dónde iba y bajo esa circunstancia me hizo sentir más
que asustado, que sí lo estaba, impotente y arrepentido de haber ido a visitar
a mis amigos y compañeros de trabajo.
Sólo pensaba en el rato tan ameno que había pasado con la joven piel canela,
comparaba todo su sufrimiento con el que yo estaba pasando en ese instante.
Recuerdo un momento mientras caminábamos que llegamos a una parte donde habían
unos alambres de púa en forma de lindero y Pedrito
intentó cruzarlo y la voz que habitaba dentro de Francis dijo: “-mucho cuidado si cruza primero que yo, que
no llega vivo a tu casa”, yo que también tenía mis manos en una de las
cuerdas de los alambres, listo para cruzar, en ese instante sentí el mayor
miedo que jamás haya sentido: mis piernas temblaban con afán, mi corazón se aceleró
de forma tal que pensé aguantarlo con mis manos; no sabía si era sudor o orina
lo que bajaba por mis piernas, pero me quedé inmóvil, mi cuerpo no respondió
por un momento, sólo pensaba pero las órdenes que emanaban de mi cerebro no se
ejecutaban, estaba quieto, como en estado de shock, hasta que Pedrito dijo: “-cruza Manuel”, y me vi
entonces de nuevo caminando sobre lo que parecía el camino de salida de aquel
lugar y cruzando unas cuerdas de alambres, que al día de hoy no sé si eran
estrechas o anchas ni como las crucé, lo que sí recuerdo es que al cruzar aquel
lindero, el terreno era como una cañada seca porque bajamos un poco y luego
comenzamos a subir un caminito entre árboles, que tampoco recuerdo que tan
grandes eran, ya que todo estaba muy oscuro, además, todo me parecía inmenso. A
través de ese camino llegamos a la orilla de la carretera que estaba separada
por otro lindero de alambre de Púa que cruzamos, pero esta vez la voz de la madre
de Francis dijo que pasáramos
nosotros primero y así lo hicimos mientras que Francis se quedó de último y antes de cruzar se dirigió a mí y
dijo: -no te preocupes Manuel que tu vas encontrar en que irte a la capital,
Ramón se quedará contigo y se va a detener un carro blanco con cuatro personas
a bordo; ahí no te montes que son ladrones, te vas a montar en una camioneta
roja con dos personas, ellos te llevarán a la capital; luego de
pronunciar aquellas palabras su cuerpo se estremeció de una forma muy extraña y
algo que me llamó mucho la atención fue que a pesar de la oscuridad su cuerpo
se iluminó de forma tal que pude ver los movimientos que hizo y como algunos
los árboles detrás de él también los pude ver como los soplaba un viento y los
movía como trazando la trayectoria de un camino. En ese instante otra vez me
dieron ganas de salir corriendo y mis piernas no respondían. Me tranquilicé y
volví en sí cuando Francis cruzó los
alambres y antes de marcharse junto a Pedrito
se despidió de mí, pero esta vez con su
propia voz, con la voz del Francis
que yo conocía. Ramón se quedó
conmigo en la carretera tal como lo sugiriera él antes de cruzar, mientras Pedrito y Francis se marcharon hacia sus casas.
Regreso
a Santo Domingo
Como a los cinco minutos de estar allí se detuvo un carro
blanco con dos individuos en la parte trasera y dos en la parte delantera,
cuatro personas y el vehículo de color blanco tal como me lo había dicho
aquella voz, el chofer pregunto que a dónde íbamos, le respondimos que
estábamos esperando unos amigos: un escalofrío se apodero de mí y eso me hizo
dar cuenta de que la pesadilla que había vivido no era un sueño sino que fue
algo real; de pronto mi corazón se aceleró fuertemente otra vez cuando se
detuvo una camioneta roja con el chofer y su acompañante, creo que de cualquier
forma que le cuente esto no le podré dar los detalles de lo que estaba
ocurriendo en aquel instante; le dije al conductor del vehículo que sólo yo iba
a la capital, que si me podía llevar, aceptó y me monté luego de despedirme de Ramón, dejando atrás aquellos ratos de agonía y desasosiego que
viví minutos antes. Comencé a contarles a mis nuevos compañeros de viaje la
experiencia que había vivido, lo que acababa de ocurrirme y se burlaban de mí,
me preguntaron que cuál era la marca del ron que había tomado o que le eché a
la bebida para que me pusieran a decir semejante barbaridad. Eran como las nueve
y media de la noche cuando les di las gracias y me despedí de aquellas personas
que muy gentilmente me llevaron hasta la avenida del Malecón a esquina Máximo
Gómez de la capital, y con una sonrisa a carcajada me dijeron a coro: adiós
amigo y cuídese de los espíritus; lo que me confirmó que ellos no me creyeron
lo que les conté que me acababa de pasar en aquella comunidad perteneciente a
la Ciudad de San Cristóbal, llamada El Naranjal, lugar que al día de hoy jamás
he vuelto a visitar ni mucho menos he sabido nada de mis amigos: Ramón, Pedrito Y Francis.